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Lugar: No quieras saberlo.
Comenzamos aquí una serie de monográficos sobre los Orígenes del Cine usando como hilo conductor las primeras películas de la lista. Esperamos que les gusten.
Una tarde de diciembre
Aquel 28 de diciembre de 1895 el Boulevard des Capucines de
París estaba atestado de gente. Ni la inestabilidad política ni las numerosas
guerras que se estaban produciendo por todo el mundo y que en labios de algún
agorero presagiaban el fin del mundo con el cambio de siglo, disuadían a los
parisinos de entregarse con afán al consumismo propio de las fechas. Entre los
atrayentes escaparates de las tiendas, en una equinita, se erigía el elegante
Grand Café. Lugar común de reunión de la gente de clase que salía de la Opera o
de la Iglesia de la Madeleine. Aquel día, sin embargo, había algo distinto en
el Café. Inadvertido para la mayor parte de los viandantes se había colocado un
pequeño cartelito que decía lo siguiente:
“Este aparato inventado por los señores August y Louis Lumière. Permite recoger, en series de pruebas instantáneas, todos los movimientos que, durante cierto tiempo se suceden ante el objetivo, y reproducir a continuación estos movimientos proyectando a tamaño natural, sus imágenes sobre una pantalla y ante una sala entera”
La mayoría de las personas que se tomaban la molestia de
acercarse a leer el cartelito, no parecían impresionadas por la profusa
descripción y continuaban su camino. Al fin y al cabo aquello era París, si
algo no faltaba eran charlatanes y embaucadores que mediante algún juego de
luces y espejos, conseguían embelesar a los pueblerinos a los que procedían a
continuación a esquilmar hasta el último franco. George lo sabía bien, muchos
le consideraban uno de ellos. En ese momento su carrera como ilusionista estaba
en lo más alto; sin embargo tendría que encontrar pronto un nuevo espectáculo
si no quería que su popularidad empezara a decaer. Por esa razón decidió entrar
en el Grand Café aquel día y bajar los escaloncitos hasta el Salón Indien.
En la entrada un hombre de joven de unos treinta años con unos anteojos y prominente bigote le pidió un franco por la entrada. El Salón parecía bastante pequeño. Habían colocado varias filas de sillas plegables frente a un lienzo blanco apoyado en un caballete. En el otro extremo de la sala justo opuesto al lienzo había un aparato parecido a una cámara fotográfica pero de mayor tamaño y con una palanca sobresaliendo de uno de sus laterales. Observando minuciosamente cada parte de la máquina se encontraba un hombre de aspecto bastante parecido al de la puerta. La sala se encontraba prácticamente vacía, en total debía haber una treintena de personas. George reconoció algunos rostros, el señor Thomas, el director del Museo de Cera Grévin, el señor Lallemand, director del Folies Bergère (una sala de variedades) y Clément Maurice, reconocido fotógrafo de celebridades. Todos parecían incómodos de estar allí. Como si tuvieran cosas más importantes que estar allí perdiendo el tiempo con un juguete de física recreativa.
No sabiendo qué esperar, George tomó uno de los asientos
centrales y al cabo de un rato el hombre de la puerta anunció a los presentes
que la exhibición iba a comenzar. A continuación las luces se apagaron. La
máquina del fondo comenzó a hacer ruido al tiempo que un haz de luz salía de la
lente e iba a impactar contra la superficie blanca. Al principio, George sólo
vio lo que parecían unas sombras en movimiento. Entonces empezó a distinguir
algo. Era una muchedumbre, montones de personas saliendo de la pantalla. La
gente en la sala se quedó completamente en silencio, extasiada. Una mujer se
levantó para ceder el paso a los recién llegados. Pero en realidad no había
nadie, sólo imágenes, fantasmagorías extraídas del exterior y lanzadas contra
el lienzo por el aparato del fondo. Las imágenes cambiaron, dando lugar a un
jinete tratando de montar un caballo. Pero George ya no estaba prestando
atención. Su mirada se había desviado hacia el infinito; tratando de abarcar
todas las nuevas posibilidades del invento de los Lumiéres…
¿Para qué sirve una cámara?
Según relata el propio George Méliès una
vez acabada la histórica velada se acercó a los Lumière y les ofreció 10.000
francos por una cámara. Los hermanos los rechazaron de plano (aquel día
recibirían ofertas incluso mayores) según se cuenta con la frase “este invento sólo es
una curiosidad científica sin ningún futuro”. La veracidad de dicha frase es cuestionable
pero lo cierto es que para ser un invento “sin futuro” los Lumiére supieron
sacarle una rentabilidad tremenda. Habían alquilado aquel saloncito del Grand
Café por 30 francos y, aunque aquella noche sólo habían sacado 35, para la
semana siguiente los ingresos diarios alcanzaban ya lo 2500 francos. La gente
se agolpaba en colas enormes para poder ver una sesión de menos de 15 minutos.
Además cuando salían a la calle buscaban amigos entre los viandantes para poder
llevarlos a conocer la nueva experiencia.
¿Y qué era lo que tanto atraía a
aquella gente al Salon Indiéen? Pues ni más ni menos que lo mismo que se podía
ver en la calle todos los días: obreros saliendo de fábricas, partidas de
póker, salidas y llegadas de trenes,… Porque en realidad lo que les atraía no
eran los temas de aquellas peliculitas (que ninguna pasaba del minuto) sino el
realismo con el que aquél aparato mágico reproducía las imágenes, aquellas luces y sombras que se mezclaban
para hacerte creer que estabas en otra parte. Poco a poco la gente fue demandando
nuevas películas y los Lumière enviaron emisarios con cámaras a todos los
rincones del globo. Así pronto la selva ecuatoriana, el desierto del Sahara o
la estepa siberiana empezaron a tener cabida en la sala de proyección. Además
se empezaron a registrar eventos sociales e históricos, como la Coronación del
Zar Nicolas II dando origen así a los boletines de noticias.
En cuanto al perfil de la gente que acercaba al cine en un principio era una población muy diversificada: (aristócratas y gente adinerada se mezclaban con obreros y campesinos); pero pronto el cine conquistó las ferias y los music-halls con que el espectáculo se popularizó y así lo hicieron también los temas. Un día a uno de los productores se le ocurrió grabar a una mujer desnudándose (nada demasiado pornográfico ya que ésta se quedaba en ropa interior que teniendo en cuenta la época todavía hacía falta echarle mucha imaginación) y encontró un autentico filón. Las películas subidas de tono entonces empezaron a amontonarse dando lugar a una pujante industria que ya nunca abandonaría el cine.
En cuanto al perfil de la gente que acercaba al cine en un principio era una población muy diversificada: (aristócratas y gente adinerada se mezclaban con obreros y campesinos); pero pronto el cine conquistó las ferias y los music-halls con que el espectáculo se popularizó y así lo hicieron también los temas. Un día a uno de los productores se le ocurrió grabar a una mujer desnudándose (nada demasiado pornográfico ya que ésta se quedaba en ropa interior que teniendo en cuenta la época todavía hacía falta echarle mucha imaginación) y encontró un autentico filón. Las películas subidas de tono entonces empezaron a amontonarse dando lugar a una pujante industria que ya nunca abandonaría el cine.
Pero aparte de documentales más o
menos castos y algún que otro intento de narrar historias bíblicas, nadie tenía
mucha idea de qué hacer con un cámara. Realmente no existía una voluntad de
contar historias. La cámara se ponía en algún sitio concurrido, se encendía, se
recogía lo que pasara y eso era todo. “Grabar la vida tal cuál es” esa era la premisa con
la que trabajaban los Lumière. Los pocos procesos creativos de la época
surgieron por casualidad. Un operador se deja la cámara encendida en el tranvía
e inventa el travelling. Un proyeccionista se equivoca montando una película y
provoca que un muro se reconstruya sólo… Pero sólo eran curiosidades para el
divertimento fugaz del público. Los Lumière proyectaron su última película en
1900 y se retiraron (bastante ricos eso sí) creyendo que ya habían explotado
todo lo que se podía explotar con una cámara.
Gracias a dios vivirían para ver su error.
¡Mirad lo que puedo hacer!
George Méliès |
Aquel día de 1895 George Méliès se
quedó sin su cámara; pero eso no lo desanimó. El director del teatro Houdin
siguió buscando una forma de conseguir una de aquellas maravillas tecnológicas.
A la semana siguiente llegó a su conocimiento que un científico británico,
Robert William Paul había desarrollado una cámara muy parecida a la de los
Lumière. Además este señor no tenía ningún problema en venderle uno de sus
Bioscopios (así los llamaba él) al “módico” precio de 1000 francos.
Así, por un décima parte de su
oferta inicial, Georges tenía por fin su cámara. Entonces se enfrentó al mismo
dilema de siempre ¿qué hacer con ella? En un principio, se dedicó a tomar
escenas naturales al estilo Lumière, salidas de trenes incluidas. Un día de
1896, Georges estaba grabando en la plaza de la Ópera cuando el condenado
aparato se atrancó. El ilusionista consiguió arreglarlo rápidamente y la
máquina siguió con la película. Cuando volvió a casa y pasó la cinta, descubrió
asombrado que como algunas personas desaparecían de pronto y un autobús se
convertía en un coche fúnebre. Había descubierto sin proponérselo un truco de
cine: el paso de manivela o stop-motion. Este truco, que es ni más ni menos que
parar el rodaje cambiar la escena y seguir, es la piedra angular del cine de
animación y de otros trucos como la sustitución.
Como buen mago, Méliès sabe sacar jugo de su decubrimiento y empieza a producir “escenas de
transformaciones” que dejan al público perplejo (al fin y al cabo el púbico al
igual que los Lumière todavía piensa que el cine solo “graba la vida tal cuál es”). Gracias a este sencillo truco Méliès pudo
grabar a señoras que desaparecen, mujeres que se transforman en el diablo y
coches que atraviesan muros.
Pero la cosa no acabó ahí. Otra
técnica desarrollada por Méliès fue el de la sobreimpresión. En este truco,
primero se rueda la imagen que se quiere sobreimpresionar sobre un fondo oscuro
y a continuación se utiliza la misma cinta para grabar la escena del fondo. Con
este mecanismo Méliès consiguió grabar “fanstamas”, multiplicarse. Hay que decir que
aunque el truco parezco un poco burdo, requería una coordinacinación muy grande
ya que en cada toma Méliès tenía que recordar el punto exacto donde se
encontraba en las tomas anteriores para hacerlas coincidir a la perfección.
Como se puede apreciar, todas las películas se ruedan sobre un escenario con una cámara fija desde la platéa. Los cineastas de esta época todavía no comprendían la diferencia entre el nuevo arte y el teatro. Sin embargo, Méliès sí aprendió a mover la cámara y cambiar los planos, aunque sólo fuera para hacer crecer objetos, otro de sus trucos.
Además de sus aportaciones técnicas (a las que hay que unir la utilización de
decorados, maquetas y el coloreado manual de los fotogramas), Méliès tambíen fue el fundador de varios géneros cinematográficos como la ciencia ficción, el género fantástica o el cine de terror. Así, por ejemplo, suya es la primera película de terror de la historia (con vampiro incluido): La Manoir du Diable (1896).
Méliès también creó el primer
estudio de cine de Europa. Era una especie de invernadero con las paredes de
cristal para permitir la entradas de la luz natural (más adelante se le
incorporaría un rudimentario tendido eléctrico). Ahí dentro inició una serie de
películas más ambiciosas en las que combinando el uso de las técnicas
aprendidas (y que hasta ahora habían sido el fin último de su obra) acometió la
tarea de contar historias. Historias principalmente de índole fantástico como
Cenicienta (que le supuso un gran reconocimiento internacional), 200.000 leguas
bajo el mar o El viaje a la Luna (que es la película que nos ha servido de
excusa para este especial). Esta última era lo que para la época se podía
considerar una “superproducción” con una duración de unos espectaculares 12
min! (cuando la mayoría de películas de esta época no duraba más de 3) y un coste de 10.000 francos. La
película supone un hito de la incipiente historia del medio en tanto que tiene
la voluntad de narrar algo. Las distintas escenas puestas una tras otras
(aunque sin mucho orden, véase el doble alunizaje, por ejemplo) poseen un
propósito y un argumento colectivo. No son ya escenas naturales o simples
trucos de ilusionismo; sino que por primera vez se empieza a usar el
cinematógrafo para hacer cine (aunque la primera película en su concepción
actual todavía queda lejos).
La película fue un aténtico bombazo e hizo muldialmente famoso a Méliès. Desgraciadamente, en el plano económico, no le reportó los beneficios que esperaba debido
a que Edison y su cuadrilla (ya tendremos ocasión de hablar de estos señores en
el próximo capítulo) hicieron copias no autorizadas y la distribuyeron
impunemente. A resultas de ésta y otras funestas empresas, Méliès acabó arruinado
y terminó sus días llevando una juguetería en la estación de Montparnasse. Un triste final para unos de los padres del
séptimo arte.
Gracias a George Méliès el cine dio otro paso de gigante para convertirse en un
arte. Lo dotó de una imaginación de la que sus progenitores carecían y supo ver
y hacer ver que aquel aparato de física recreativa sí tenía futuro y era un
futuro lleno de magia.
Extras
- Página que contiene todas las películas exhibidas durante la primera exhibición pública de los Lumiéres
- Películas de Méliès:
- Recopilatorio de las primeras películas de Méliès
- Cirandella (1899): película que le consiguió éxito internacional
- El viaje a lo imposible (1904): junto con el viaje a luna su obra más famosa y má elaborada
- El caso Dreyfus (1899): Méliès también cultivo el género de la reconstrucción de la actualidad que estaba muy de moda en la época. Esta película en concreto narra un caso con mucha repercusión en la Francia de finales del XIX.
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