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Ver las 1001 películas del libro "1001 películas que debes ver antes de morir" y hacer un pequeño post sobre cada una. Puedes seguir mis progresos en esta lista

#1. Le voyage dans la lune / El viaje a la luna (1902)


Ficha técnica: IMDB Wikipedia  Filmaffinity
Vistas: 54
Restantes: 947
Vista en: 2008.
Lugar: No quieras saberlo.



Comenzamos aquí una serie de monográficos sobre los Orígenes del Cine usando como hilo conductor las primeras películas de la lista. Esperamos que les gusten.

Una tarde de diciembre

Aquel 28 de diciembre de 1895 el Boulevard des Capucines de París estaba atestado de gente. Ni la inestabilidad política ni las numerosas guerras que se estaban produciendo por todo el mundo y que en labios de algún agorero presagiaban el fin del mundo con el cambio de siglo, disuadían a los parisinos de entregarse con afán al consumismo propio de las fechas. Entre los atrayentes escaparates de las tiendas, en una equinita, se erigía el elegante Grand Café. Lugar común de reunión de la gente de clase que salía de la Opera o de la Iglesia de la Madeleine. Aquel día, sin embargo, había algo distinto en el Café. Inadvertido para la mayor parte de los viandantes se había colocado un pequeño cartelito que decía lo siguiente:
“Este aparato inventado por los señores August y Louis Lumière. Permite recoger, en series de pruebas instantáneas, todos los movimientos que, durante cierto tiempo se suceden ante el objetivo, y reproducir a continuación estos movimientos proyectando a tamaño natural, sus imágenes sobre una pantalla y ante una sala entera”
La mayoría de las personas que se tomaban la molestia de acercarse a leer el cartelito, no parecían impresionadas por la profusa descripción y continuaban su camino. Al fin y al cabo aquello era París, si algo no faltaba eran charlatanes y embaucadores que mediante algún juego de luces y espejos, conseguían embelesar a los pueblerinos a los que procedían a continuación a esquilmar hasta el último franco. George lo sabía bien, muchos le consideraban uno de ellos. En ese momento su carrera como ilusionista estaba en lo más alto; sin embargo tendría que encontrar pronto un nuevo espectáculo si no quería que su popularidad empezara a decaer. Por esa razón decidió entrar en el Grand Café aquel día y bajar los escaloncitos hasta el Salón Indien.


En la entrada un hombre de joven de unos treinta años con unos anteojos y prominente bigote le pidió un franco por la entrada. El Salón parecía bastante pequeño. Habían colocado varias filas de sillas plegables frente a un lienzo blanco apoyado en un caballete.  En el otro extremo de la sala justo opuesto al lienzo había un aparato parecido a una cámara fotográfica pero de mayor tamaño y con una palanca sobresaliendo de uno de sus laterales.  Observando minuciosamente cada parte de la máquina se encontraba un hombre de aspecto bastante parecido al de la puerta. La sala se encontraba prácticamente vacía, en total debía haber una treintena de personas. George reconoció algunos rostros, el señor Thomas, el director del Museo de Cera Grévin, el señor Lallemand, director del Folies Bergère (una sala de variedades) y Clément Maurice, reconocido fotógrafo de celebridades. Todos parecían incómodos de estar allí. Como si tuvieran cosas más importantes que estar allí perdiendo el tiempo con un juguete de física recreativa.

No sabiendo qué esperar, George tomó uno de los asientos centrales y al cabo de un rato el hombre de la puerta anunció a los presentes que la exhibición iba a comenzar. A continuación las luces se apagaron. La máquina del fondo comenzó a hacer ruido al tiempo que un haz de luz salía de la lente e iba a impactar contra la superficie blanca. Al principio, George sólo vio lo que parecían unas sombras en movimiento. Entonces empezó a distinguir algo. Era una muchedumbre, montones de personas saliendo de la pantalla. La gente en la sala se quedó completamente en silencio, extasiada. Una mujer se levantó para ceder el paso a los recién llegados. Pero en realidad no había nadie, sólo imágenes, fantasmagorías extraídas del exterior y lanzadas contra el lienzo por el aparato del fondo. Las imágenes cambiaron, dando lugar a un jinete tratando de montar un caballo. Pero George ya no estaba prestando atención. Su mirada se había desviado hacia el infinito; tratando de abarcar todas las nuevas posibilidades del invento de los Lumiéres…


¿Para qué sirve una cámara?

Según relata el propio George Méliès  una vez acabada la histórica velada se acercó a los Lumière y les ofreció 10.000 francos por una cámara. Los hermanos los rechazaron de plano (aquel día recibirían ofertas incluso mayores) según se cuenta con la frase “este invento sólo es una curiosidad científica sin ningún futuro”. La veracidad de dicha frase es cuestionable pero lo cierto es que para ser un invento “sin futuro” los Lumiére supieron sacarle una rentabilidad tremenda. Habían alquilado aquel saloncito del Grand Café por 30 francos y, aunque aquella noche sólo habían sacado 35, para la semana siguiente los ingresos diarios alcanzaban ya lo 2500 francos. La gente se agolpaba en colas enormes para poder ver una sesión de menos de 15 minutos. Además cuando salían a la calle buscaban amigos entre los viandantes para poder llevarlos a conocer la nueva experiencia.

¿Y qué era lo que tanto atraía a aquella gente al Salon Indiéen? Pues ni más ni menos que lo mismo que se podía ver en la calle todos los días: obreros saliendo de fábricas, partidas de póker, salidas y llegadas de trenes,… Porque en realidad lo que les atraía no eran los temas de aquellas peliculitas (que ninguna pasaba del minuto) sino el realismo con el que aquél aparato mágico reproducía las imágenes,  aquellas luces y sombras que se mezclaban para hacerte creer que estabas en otra parte. Poco a poco la gente fue demandando nuevas películas y los Lumière enviaron emisarios con cámaras a todos los rincones del globo. Así pronto la selva ecuatoriana, el desierto del Sahara o la estepa siberiana empezaron a tener cabida en la sala de proyección. Además se empezaron a registrar eventos sociales e históricos, como la Coronación del Zar Nicolas II dando origen así a los boletines de noticias.

En cuanto al perfil de la gente que acercaba al cine en un principio era una población muy diversificada: (aristócratas y gente adinerada se mezclaban con obreros y campesinos); pero pronto el cine conquistó las ferias y los music-halls con que el espectáculo se popularizó y así lo hicieron también los temas.  Un día a uno de los productores se le ocurrió grabar a una mujer desnudándose (nada demasiado pornográfico ya que ésta se quedaba en ropa interior que teniendo en cuenta la época todavía hacía falta echarle mucha imaginación) y encontró un autentico filón. Las películas subidas de tono entonces empezaron a amontonarse dando lugar a una pujante industria que ya nunca abandonaría el cine.  



Pero aparte de documentales más o menos castos y algún que otro intento de narrar historias bíblicas, nadie tenía mucha idea de qué hacer con un cámara. Realmente no existía una voluntad de contar historias. La cámara se ponía en algún sitio concurrido, se encendía, se recogía lo que pasara y eso era todo. “Grabar la vida tal cuál es” esa era la premisa con la que trabajaban los Lumière. Los pocos procesos creativos de la época surgieron por casualidad. Un operador se deja la cámara encendida en el tranvía e inventa el travelling. Un proyeccionista se equivoca montando una película y provoca que un muro se reconstruya sólo… Pero sólo eran curiosidades para el divertimento fugaz del público. Los Lumière proyectaron su última película en 1900 y se retiraron (bastante ricos eso sí) creyendo que ya habían explotado todo lo que se podía explotar con una cámara.  Gracias a dios vivirían para ver su error.

¡Mirad lo que puedo hacer!

George Méliès
Aquel día de 1895 George Méliès se quedó sin su cámara; pero eso no lo desanimó. El director del teatro Houdin siguió buscando una forma de conseguir una de aquellas maravillas tecnológicas. A la semana siguiente llegó a su conocimiento que un científico británico, Robert William Paul había desarrollado una cámara muy parecida a la de los Lumière. Además este señor no tenía ningún problema en venderle uno de sus Bioscopios (así los llamaba él) al “módico” precio de 1000 francos.
Así, por un décima parte de su oferta inicial, Georges tenía por fin su cámara. Entonces se enfrentó al mismo dilema de siempre ¿qué hacer con ella? En un principio, se dedicó a tomar escenas naturales al estilo Lumière, salidas de trenes incluidas. Un día de 1896, Georges estaba grabando en la plaza de la Ópera cuando el condenado aparato se atrancó. El ilusionista consiguió arreglarlo rápidamente y la máquina siguió con la película. Cuando volvió a casa y pasó la cinta, descubrió asombrado que como algunas personas desaparecían de pronto y un autobús se convertía en un coche fúnebre. Había descubierto sin proponérselo un truco de cine: el paso de manivela o stop-motion. Este truco, que es ni más ni menos que parar el rodaje cambiar la escena y seguir, es la piedra angular del cine de animación y de otros trucos como la sustitución.

Como buen mago, Méliès sabe sacar jugo de su decubrimiento y empieza a producir “escenas de transformaciones” que dejan al público perplejo (al fin y al cabo el púbico al igual que los Lumière todavía piensa que el cine solo “graba la vida tal cuál es”).  Gracias a este sencillo truco Méliès pudo grabar a señoras que desaparecen, mujeres que se transforman en el diablo y coches que atraviesan muros.

Pero la cosa no acabó ahí. Otra técnica desarrollada por Méliès fue el de la sobreimpresión. En este truco, primero se rueda la imagen que se quiere sobreimpresionar sobre un fondo oscuro y a continuación se utiliza la misma cinta para grabar la escena del fondo. Con este mecanismo Méliès consiguió grabar “fanstamas”, multiplicarse. Hay que decir que aunque el truco parezco un poco burdo, requería una coordinacinación muy grande ya que en cada toma Méliès tenía que recordar el punto exacto donde se encontraba en las tomas anteriores para hacerlas coincidir a la perfección.



Como se puede apreciar, todas las películas se ruedan sobre un escenario con una cámara fija desde la platéa. Los cineastas de esta época todavía no comprendían la diferencia entre el nuevo arte y el teatro. Sin embargo, Méliès sí aprendió a mover la cámara y cambiar los planos, aunque sólo fuera para hacer crecer objetos, otro de sus trucos.




Además de sus aportaciones técnicas (a las que hay que unir la utilización de decorados, maquetas y el coloreado manual de los fotogramas), Méliès tambíen fue el fundador de varios géneros cinematográficos como la ciencia ficción, el género fantástica o el cine de terror. Así, por ejemplo, suya es la primera película de terror de la historia (con vampiro incluido): La Manoir du Diable (1896).



Méliès también creó el primer estudio de cine de Europa. Era una especie de invernadero con las paredes de cristal para permitir la entradas de la luz natural (más adelante se le incorporaría un rudimentario tendido eléctrico). Ahí dentro inició una serie de películas más ambiciosas en las que combinando el uso de las técnicas aprendidas (y que hasta ahora habían sido el fin último de su obra) acometió la tarea de contar historias. Historias principalmente de índole fantástico como Cenicienta (que le supuso un gran reconocimiento internacional), 200.000 leguas bajo el mar o El viaje a la Luna (que es la película que nos ha servido de excusa para este especial). Esta última era lo que para la época se podía considerar una “superproducción” con una duración de unos espectaculares 12 min! (cuando la mayoría de películas de esta época no duraba más de 3) y un coste de 10.000 francos. La película supone un hito de la incipiente historia del medio en tanto que tiene la voluntad de narrar algo. Las distintas escenas puestas una tras otras (aunque sin mucho orden, véase el doble alunizaje, por ejemplo) poseen un propósito y un argumento colectivo. No son ya escenas naturales o simples trucos de ilusionismo; sino que por primera vez se empieza a usar el cinematógrafo para hacer cine (aunque la primera película en su concepción actual todavía queda lejos).



La película fue un aténtico bombazo e hizo muldialmente famoso a Méliès. Desgraciadamente, en el plano económico, no le reportó los beneficios que esperaba debido a que Edison y su cuadrilla (ya tendremos ocasión de hablar de estos señores en el próximo capítulo) hicieron copias no autorizadas y la distribuyeron impunemente. A resultas de ésta y otras funestas empresas, Méliès acabó arruinado y terminó sus días llevando una juguetería en la estación de Montparnasse.  Un triste final para unos de los padres del séptimo arte.

Gracias a George Méliès el cine dio otro paso de gigante para convertirse en un arte. Lo dotó de una imaginación de la que sus progenitores carecían y supo ver y hacer ver que aquel aparato de física recreativa sí tenía futuro y era un futuro lleno de magia.

Extras

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